Estamos atrapados. Somos víctimas del ladrillo, somos los hipotecados, los atados a un contrato maldito. No podemos huir, nadie quiere nuestros ladrillos, y menos al valor que los pagamos. El contrato nos domina, su interés variable e imprevisible, nos inquieta y nos amenaza; su plazo de devolución nos agota, nos rinde. Somos la generación cuyo destino esta jodidamente unida al de la banca. Es agobiante y es desesperante. No quiero tener una hipoteca, quiero ser libre. Quiero volver atrás y no firmar, ¿como pudimos estar tan ciegos? sabíamos que reventaría, que se iría al carajo, pero nos cegó la avaricia, nos arrastró la inercia de toda una sociedad, nos perdimos y finalmente firmamos el contrato que nos hizo prisioneros. ¿Por qué no fui valiente?
martes, 26 de junio de 2012
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