En estos tiempos de recesión y color azul he pasado a la clandestinidad. Soy un apestado funcionario. Soy sospechoso de vago y bien pagado, aunque ninguna de las dos afirmaciones sean ciertas. En el 2010 me bajaron el sueldo y los que ahora vienen seguramente querrán quitarme otro cachito de mi nomina. Ellos odian lo público y los que les votan también, y por eso accionan con tanta alegría la tijera. El aplauso de los suyos es enfervorizado y su sentimiento revanchista aunque después cuando lo justifican digan que es por el bien del país. Yo les digo que no les creo, que la gangrena está en otros capítulos del presupuesto, en otros sectores de la economía, que es muy fácil y popular atizar al funcionario pero que solo deprimirán más el consumo y por ende la economía, que sólo desmotivarán aún más al empleado público que lleva perdiendo poder adquisitivo desde hace más de 10 años, que no actúen como carniceros con motosierra sino como cirujanos y extirpen sólo los tumores y no dañen el resto de órganos sanos, y que sean curiosos y lean las recetas que proponen los grandes economistas del momento para salir de la crisis.
Yo soy empleado público y creo en el sector público como garante de la justicia social. Mi legitimidad no está en mi oposición sino en mi trabajo diario. Yo trabajo para los demás y me hace sentir bien contribuir a un interés general y no al beneficio de una cuenta de resultados. Nosotros no somos el problema, somos lo que trabajamos en la solución.
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